El ciclo de grandes intérpretes de la fundación Scherzo ha comenzado la temporada con la pianista georgiana Katia Buniatishvilli. Ejecutante de fama mundial, ya había debutado en este ciclo de escogidos con un programa dedicado íntegramente a cuatro, creo recordar, sonatas de Beethoven de las que rendí rendida cuenta en la revista y expresé mi admiración pero mi extrañeza ante su manera de encarar al músico de Bonn. Lo que llamó la atención entonces ha sido plenamente ratificado con el recital del otro día (20 de septiembre). Antes de nada hay que decir que se nos prohibió la entrada a la sala de audición hasta cinco minutos antes de comenzar la representación sin darnos ninguna explicación, que no hubo ningún descanso y que comenzó inusualmente puntual. Ignoro que pasó y quiero creer de buena fe que se debió a algo accidental. Luego no existió un programa de mano que nos ilustrara sobre las obras a tocar y supimos que la artista lo había cambiado escasas horas antes del recital. En fin pasan cosas… que no tienen demasiada importancia. No la tendrían si no fuera por el programa con el que nos salió la ilustre intérprete, más bien propio de una velada en su casa que de una demostración del magnífico papel exigible a una concertista de su talla y reputación. Pasemos por las cinco primeras obras (Gimnopedia de Satie, preludio y scherzo de Chopin, Aria de la suite en Re de Bach e impromptu número 3 de Schubert) todas archiconocidas y que fueron brillantemente ejecutadas pero intentamos ver si habría algo especial en su interpretación, para ser tocadas asumiendo el riesgo de ser tan conocidas. Las ejecuto perfectamente y diré que a partir de ahí el recital vario 180 grados de signo. Se tocaron obras conocidas (La famosa Serenada de Schubert pasada por manos de Liszt, la famosa polonesa de Chopin y mazurca del mismo autor, una pieza de Couperin un preludio y fuga de Bach, transcrito también por Liszt y la Rapsodia Húngara numero 2 de Liszt pero transcrita primero por el famosísimo pianista Horowitz y después por ella misma) donde todo fue crear espectáculo cayendo peligrosamente en el abismo del efectismo. Todos sabemos que la interprete posee una de las técnicas más fabulosas de la actualidad, conocemos su énfasis en sus recitales, su concentración y su tendencia a ser más un espectáculo toda ella en si misma que una fiel servidora de la mayor claridad intentando bucear en como lo escribió el compositor. También sabemos que la música es muda hasta que es ejecutada y luego interpretada por el artista que la debe servir, en mi opinión modesta, y no apropiarse de ella y exprimirla hasta obtener el mayor efecto en el público que la escucha. Aquí siento decirlo las obras las ejecutó como velocista suprema que es, pero desbordó los límites de la libertad legitima de interpretación. Se me dirá que para gusto hay colores, y francamente salí de la sala de conciertos disgustado de ver como un talento tan portentoso se deja llevar por la influencia de lo mediático que tarde o temprano se volverá efímero.
Termino para comentar brevemente el estreno en Madrid de la opera Medea de Luigi Cherubini en memoria de la inolvidable Maria Callas que tantas veces la representó. Me tocó el segundo reparto. Me impresiono la voz de Saioa Hernández, en el papel protagonista, acompañada bien por el director Ivor Bolton y mejor con el coro, que se lució en parrados verdaderamente hermosos de la obra, en general impregnada de dulce monotonía junto a pasajes de furia impactantes y arias y recitativos bien logrados. Se completó con una muy buena escena, variado vestuario y buenas voces que empezaron tímidas (como ocurre siempre en los segundos repartos) y un poco nerviosas pero que se fueron afianzando con el transcurso de la función hasta amalgamar en un buen todo compacto y sin muchas fisuras. Lástima que la intervención de los niños nos quiso dar una llamada de atención sobre la violencia infantil, sin duda interesante pero olvidándose del modus vivendi o morendi en el mundo antiguo del que la obra es hija (Eurípides y Seneca).