Hacía años que no subía a las tablas del Real esta ópera de Rossini. Su reposición tiene que ser forzosamente bienvenida. No es esta ópera de las mejores de su autor pero supera la media con creces.
Esta obra es la otra cara de la moneda de La Italiana en Argel por el argumento, por su carácter buffo ambas y sin embargo cuando se representa te ríes mucho más con esta última que con la que ahora se sube a las tablas. La historia es sencilla y de vodevil; un turco llega a Italia y pretende conquistar a una donna que está casada y tiene un amante pretendiente, teniendo el turco antes una gitana con la que comparte algo más que hechizos. La tragedia que se masca se vuelve al final, como no podría ser de otra manera, en comedia con final feliz. Sobre este libreto de Romani se encarga el fecundo Rossini de componer con aparente facilidad la movida música. Es sabido que el de Pesaro era un admirador de Mozart y un experto en los concertantes buffos.
Para presentarla el teatro real ha escogido a un director de orquesta italiano Gianni Sagripanti, hoy director musical de la opera de Tiflis en Georgia, cuyos profesionales como de casi todos los países del este están en auge. Llevo a la orquesta y coro del teatro por una lectura ágil y ligera de la partitura prestando mucha atención a no atropellarse en los momentos de concertantes buffos, cuestión que logro satisfactoriamente. Los recitativos fuero muy bien acompañados y nada más que reprocharle.
Ahora entramos en harina con los cantantes. Se programaron dos repartos para las funciones habiendo en ellos dos estrellas cuyo nombre eran el atractivo para acudir sin pensarlo al teatro: La norteamericana Lissette Oropesa y el tenor Edgardo Rocha. Les acompañaban tres barítonos y una mezzosoprano para conformar la trama. Lissette Oropesa se cayó del cartel ya en la primera representación pero el público se quedó con Edgardo Rocha. Los que nos quedamos igual fuimos los que asistimos a los cantantes del segundo reparto. Se agradeció que no existiera comparación entre una estrella fulgurante y el resto de cantantes pues todo la obra se cantó correctamente y en general mereció más que una aprobado alto, dada la dificultad de algunos inúmeros de conjunto y la claridad de las arias. Estuvieron todos a la altura requerida por Rossini brillando especialmente las damas, La española Sara Blanch en el papel protagonista y la mezzo soprano de muy bonita voz con volumen y registro amplio que la convertía en una mezzo falcon llegando a las notas altas sin esfuerzo. Los barítonos con oficio cumplieron a total satisfacción dado que fraseaban a toda velocidad pudiendo entenderse su vocalización perfectamente. El tenor italiano Aniizio Zorzi hizo lo que pudo pues se nos anunció que estaba afectado por una afección gripal aunque salió al escenario con bravura y determinación.
Distinto fue la puesta en escena a cargo de Laurent Pelly. No puede decirse que el montaje no estuviera muy bien estudiado y todo en una línea que se la sabe solo el director pero no puede ser captada por el público. Lo cierto es que presentó un conjunto muy colorido con derroche de medios en el vestuario y con muy bien estudiado del espacio para encuadrar, nunca mejor dicho algunas escenas que en general formaron un amable conjunto. Siempre cuando se representa una obra las dos partes, escena y música deben aportar un plus para redondear la interpretación que está haciendo el director de la música a la que el libreto debe de servir y no a la inversa. Pero en este caso no hay que ser maximalistas, Se consiguió que no fuera un estorbo o desviara la atención con lo que nos fuimos satisfechos , dado lo actual y desgraciadamente frecuente en los escenarios de toda Europa, en que hay algunos magníficos, ultramodernos y otros que se inventan lo que es inexplicable para el libreto al que dicen servir. Al final lo importante es salir contento del teatro y esto sí que se obtuvo dada la alegría y los aplausos del público en general.