Efectivamente, por fin después de haber sido retrasada en seco por el primer confinamiento de la pandemia, ha subido a las tablas la opera de Corselli, Aquiles en Sciros, recuperada y sacada del olvido meritoriamente para lucirla como muestra del barroco español en la temporada del real. Sobre la conocida historia de Metas tasio por la que Aquiles se disfraza de mujer para no ser enviado a la guerra  de Troya con el lio correspondiente al enamorarse perdidamente de Deodamia, Corselli escribió una obra de indudable belleza sin que llegue a librarse de cierta monotonía, y de rigor en las formas pues no se sale del recitativo y aria, sin que exista dúo, trio cuarteto a excepción de unas pocas intervenciones del coro de corto vuelo y duración. Esto lo hace requerir la presencia de adecuados cantantes con la expectación que suscitaba la presencia del grandísimo contratenor Franco Fagioli, capaz el solo de mantener el atractivo. Desgraciadamente, se cayó del cartel y a partir de ahí se encajó la obra como se pudo. El contratenor sevillano Gabriel Díaz se hizo con el papel principal pero siendo su tesitura de contralto no podía llegar bien a los agudos de la partitura. No obstante cumplió con dignidad y salió airoso, que no es poco. Airosos salieron también el resto de voces masculinas con excepción del bajo que cantaba bien pero anduvo falto de grave. Triunfaron las sopranos, Francesca Aspromonte y Sabina Puértolas que acapararon la mayoría de los aplausos.

   La dirección de escena y el montaje fueron correctos con representación de grandes rocas al lado del mar en claroscuro entre gris y ocre y adecuados sin estridencias los trajes sin salirse de los códigos de la época. Se contó con la presencia en el foso de la orquesta barroca de Sevilla que trabajó a las órdenes de Ivor Bolton. Interesante el continuo formado por dos clavicémbalos (uno tocado por el director Bolton) arpa y tiorba, que fueron esenciales en los múltiples recitativos. La orquesta funciono muy bien, un acierto, pero la dirección fue plana  aunque discreta. En fin, bienvenido sea el estreno de esta obra desconocida, aunque por ausencia de Fagioli no logre pasar de lo correcto al total triunfo. El público, sorprendido al principio, acabó entusiasmado aplaudiendo con calidez el esfuerzo de todos los intervinientes pendientes de que el experimento no fracasase.

  Ahora pasamos a un verdadero triunfo al piano. Como suele ser habitual en los últimos años en el ciclo de Grandes  intérpretes que organiza Scherzo siempre hay un  sitio para el pianista de San Petersburgo cuya salud guarde Dios muchos años por el bien de la música. Sobre esta misma época del año GRIGORI SOKOLOV se encierra para preparar un programa que no desvela hasta el último momento y lo pasea por todo el mundo dando una lección de profesionalidad. Prepara todo el año unas determinadas obras. Me imagino que no las repite machaconamente sino que las estudia de arriba abajo, se traslada a la época en la que fueron escritas confronta los estilos y las posibilidades que tienen tocadas al piano de hoy (que no existía cuando se concibieron) y las desarrolla en toda su plenitud.

  Aso ha sucedido en su último recital del pasado día 27 de febrero del presente año. El serio y concentrado pianista interpretó obras de Purcell y Mozart. Empezare por el final aludiendo a la sonata número 13 del compositor de Salzburgo y al Adagio en si menor del mismo autor. Las dos obras reflejan una la alegría del autor ( la sonata) y la tristeza y melancolía rabiosa del Adagio. Ambas fueron maravillosamente traducidas sin excesos ni tempos inadecuados, especialmente en el andante cantábile y con exactitud métrica y claridad diamantina en los movimientos extremos pero sin ningún atisbo de efectismo. El Adagio nos hizo ver a la perfección cuantas aristas y variables ofrece la música de Mozart.

  Pero si todo esto no fuera de por si  admirable, más lo fue la interpretación de las obras de Purcell que integraron toda la primera parte del concierto. Eran  nueve y relativamente cortas .Varias suites pequeñas rondós o chaconas. Lo que escuchamos fue magistral. Solamente ver al interprete ejecutar los trinos que frecuentísimamente adornan esas perlas valió la pena la tarde. Constituyeron toda una lección de cómo se debían tocar entonces las melodías en la corte inglesa. Nos transportaron a otro siglo y a otro mundo. Me pregunto cuántas horas de estudio le ha llevado prepararlas. Es un músico de talla descomunal. Aguardamos impacientes su vuelta al año que viene y  ruego a Dios tener salud para volver a escucharle.