Madrid está de moda. Por todo y por nada lo cierto es que ha pasado de ser un poblachón manchego a toda una capital digna de ser tomada como tal en todo el mundo. En unos años, casi imperceptiblemente, aupada por sus gentes la hostelería y enfocada al turismo, especialmente el de lujo, ha conseguido situarse en una de esas ciudades, como le pasaba antes a Barcelona, que por lo que fuera (su belleza su situación sus gentes el ambiente etc) había que conocer, si uno quería preciarse de ser ciudadano del mundo occidental.
En casi todos sus aspectos y como en todas partes ha cambiado como el mundo entero va poco a poco transformándose pero ha sido en el mundo de la música clásica donde este auge ha tenido mayor significación y cambio exponencial. Hace cuarenta años solo dos orquestas tenían sede en Madrid, La Nacional, y la fundada por Fraga cuando era ministro de información, la Sinfónica de la Radio televisión, ambas públicas. Escasamente había recitales y la llama de la opera la sostenían en vilo la todavía existente asociación de Amigos de lo Opera, con unas pocas representaciones en el mes de mayo en el precioso teatro de la Zarzuela.
Hoy en una misma semana hemos podido asistir en el Auditorio Nacional a dos eventos. Uno el recital del pianista polaco Piotr Anderszevski, la actuación de la Orquesta Festival de Budapest. Y a continuación la opera de Shostakovich ¨” La nariz” en el Teatro Real.
Empezando con el piano el pianista polaco preparó un programa ecléctico y variado. Bach Partita 6; Beethoven sinfonía 31 y obras de Szymanowski, Mazurcas y Antón Webern, Variaciones.
En todas ellas derrocho su arte con concentración y mesura el artista polaco especialmente atento a gustar al público en las infrecuentes mazurcas y en las escuetas variaciones atonales pero no tanto del compositor de la escuela de Viena Webern que sea como sea siempre están envueltas en misterio y cierta tristeza. En cuanto a la partita fue espléndidamente desarrollada , con sonido nítido y claro en el estilo como muestra de que hoy en día Bach traducido en el piano se sobra con ejecutarse cabalmente y lograr un bello sonido sin adentrarse en la polémica de si debe tocarse a modo de clave o dejar al instrumento ad libitum pervirtiendo la ortodoxia. Lo cierto es que ofreció el resultado de ser un gran maestro. Igual resultado obtuvo en la sonata de Beethoven, ligera y fresca que hizo reaccionar al público con entusiasmo. Todo un éxito,
Al día siguiente nos visitó el festival Orchestra de Budapest a las órdenes de su titular de toda la vida, el magnífico y veterano director titular Iván Fischer. Les acompaño para interpretar el Concierto para piano de Schumann, el pianista suizo Francesco Piamontesi. Antes del concierto la orquesta nos deleitó con unas obras de carácter popular de Dohnanyi titulada minutos sinfónicos, infrecuente pero preciosos y muy bien explicados por la orquesta y su director. A continuación una autentica versión magistral del bellísimo concierto de Schumann ejecutado con primor exactitud elegancia y melancolía tranquila que hacen de este concierto una maravilla del repertorio de todos los tiempos. Atentísimo estuvo el director en esmerarse en acompañarle como atento estaba el solista en sus diálogos con la orquesta. Esta sonó plena contundente y preocupada la batuta de que el solista estuviera a sus anchas poniendo la orquesta a su servicio- El éxito arrollador fue premiado por un impresionante regalo tras los cálidos e insistentes aplausos. En clima de expectación tocó los Fuegos artificiales de Debussy, tormento de virtuosos y belleza tímbrica de partitura, derivando en clamor.
La segunda parte estuvo compuesta por obras de Ricardo Strauss Don Juan, las Danzas de Salomé y las aventuras del Tilleulenspiegel. La orquesta funciono como un reloj suizo sacando la plenitud de todos los instrumentos que requieren las complejas partituras por otro lado absolutamente deliciosas. Obtuvieron un más que sobresaliente resultado. Un concierto de esos que se pueden calificar de redondos. Esplendido.
Para terminar aterrizamos en la opera. El Teatro Real se ha marcado todo un triunfo que pervivirá en el tiempo al estrenar la obra de Shostakovich La Nariz. Prescindiendo del argumento creado por Gogol en el que una nariz cortada va recorriendo y buscando sitio y en ninguno puede aparcar hasta que es devuelta a su legítimo titular y ya no se le ajusta, en este caso sirve para que sea montada con arreglo a la sátira en la que consiste. Y medio en broma y a medio camino entre la innovación, el número circense, el cabaret o la cantata rusa mas tradicional la música sigue al texto. Lo difícil es precisamente el montaje adecuado a todos esos elementos. Se consiguió de manera tan magistral que como en otras operas (Auge y caída de la ciudad de Mahagonny) aquí la escena ha prevalecido sobre la música resultando lo que verdaderamente debe ser la opera un espectáculo total si se dan como en este caso las condiciones para ello. El hecho de que parece que prevalece la escena sobre la música es un decir a la vista del resultado plástico pero lo que es cierto es que la música por sí sola no diría nada fuera de lo normal y la escena sola seria ininteligibles. Esta vez se ha conseguido gracias, creo, a todos y cada uno de los que intervinieron en el evento, Nótese que en la obra irrumpen hasta 78 personajes obligando a la mayoría de los interpretes a doblarse o triplicarse. Requiere actores además de los cantantes y ballet. Acierta el que tomo la decisión de programarla e ir a por todas.
El espectáculo fue fuera de serie Todos los interpretes cantantes estuvieron acertadísimos en sus intervenciones empezando por el protagonista, el barítono austriaco Martin Winkler que hace del papel una verdadera creación por matices línea de canto y como actor de primera categoría. Después la escenografía de Barry Kosky, verdadero artífice del éxito. No fueron menos todos los interpretes masculinos y femeninos en sus breves pero acertados roles sin descuidar la teatralidad de la música especialmente en una preciosa cantata típicamente rusa fenomenalmente traducida por el coro. Predíquese igual de la orquesta ,de la luz, el vestuario y la inventiva del director de escena secundados en todo momento por el de la orquesta . Para terminar, un número que nos dejó con la boca abierta. Por lo menos diez narices de tamaño natural dieron una lección de baile de claqué que pareció transportarnos a Broadway. Todo el público, estupefacto aplaudió con fervor y por propia experiencia se fue pensando que pocas veces se sale con tal alegría de un espectáculo. Se pudo decir sin ambages: Que buen rato hemos disfrutado.!